Lo que nos repugna del capitalismo…

No es su inherente meritocracia, ni que una cierta suerte pueda favorecer estocásticamente a unos o a otros. No. Lo que nos molesta, a mi juicio, de la incuestionable eficiencia del capitalismo es su carácter destructivo.

Pero esta es una destrucción paradójica porque se trata de una destrucción creativa, pues innova.

El capitalismo posibilita novedades. Tenemos muy poco que ver con las sociedad de hace ocho siglos, y somos tan distantes a ésta precisamente por la innovación.

La renta per cápita ha aumentado un 500% los últimos 250 años (es decir, un 2% al año). Para que Ud. me entienda: donde antes había un plátano ahora hay quinientos. Donde hace cinco siglos había un par de zapatos ahora hay quinientos.

El avance de la técnica en el capitalismo ha sido masivo (pues la mayor producción depende de una mejoría en la técnica como ya previó Marx). Quien sí está fuera de escena son los autócratas, los reyes y los papas-emperadores. Estos ya no tienen ningún tipo de control en nuestra sociedad actual. Sí, la riqueza se acumula en unos pocos, y esto podría invitar a pensar que los que acumulan hoy día el capital son análogos a los reyes y emperadores de antaño, pero la analogía no se mantiene por una diferencia esencial: estos poco, otrora inviolables por derecho divino o por el poder de los imperios, mutan ahora con más volatilidad que un gas. ¿Quién puede ofrecernos la garantía de que Amazon seguirá siendo lo que es dentro de diez años? ¿Cuánto costó a Europa erradicar —sin conseguirlo del todo— el absolutismo monárquico? Pero las posibilidades de un capitalismo como el actual ha desterrado ya la realidad de un Luis XVI enunciando eso de «l‘Etat, c’est moi…»

Y este dinamismo ocurre por su carácter innovador, es decir, destructor. Y esta destrucción creativa beneficia principalmente a las masas.

No nos gusta el capitalismo porque tenemos la nostalgia del amo, un anhelo por ese placer del sometimiento que ya mencionaba Freud. Pero no pareciera ser esta una época que, al menos desde las estructuras económicas que lo sostienen, permita seguir deseando este paternalismo de esclavos, puesto que, como ya acabamos de ver, no hay más amos (luego no hay más siervos), y eso implica alcanzar ya una mayoría de edad, como tan bien supo ver Kant.

Son las fuerzas impersonales dinamizadas por pura entropía las que dejan vetustas y caducas lo que antes considerábamos como enseres y necesidades básicas.

Sería estúpido afirmar como Fukuyama que hemos llegado al fin de la Historia, es decir, al fin de la creación de nuevas posibilidades. El capitalismo no es definitivo. Ningún sistema (ni matemático, ni físico, ni biológico, ni social, ni político…) ha mostrado jamás que no pueda dar más de sí. La Historia supone un dinamismo estructural en el que se heredan las posibilidades del pasado y al apriopiarse de ellas brota la creación (y por ende destrucción) de nuevas posibilidades. La realidad siempre da más de sí; la Idea límite de una realitas sempre maior tritura la posibilidad de postular una metafísica de hipóstasis y estatismos. Por eso las Ideas límite como «el» Fin o «la» Perfección acaban deconstruyéndose a sí mismas como absurdas tras haber «pulido» las «imperfecciones» corpóreas de las cuales han emergido (como el motor inmóvil de Aristóteles, que proviene de la observación de motores imperfectos que necesitan de un moviente extrínseco para la puesta en marcha de su movimiento. La misma Idea de un Dios «ominipotente» es una Idea límite que resulta tan razonable como la cuadratura de un círculo. Por más que se intente sostener desde un tomismo o una Ciencia Media la imposibilidad por esencia de que Dios cree lo contrario a su esencia ya restringe forzosamente su potencia creadora a una necesidad esencial, luego supuesto el Dios ontoteológico no puede afirmarse que éste sea «omnipotente».

No es definitiva, pero sí definitoria, la economía capitalista. Da escalofríos esto, pero si lo que pretendíamos era querer más, de todo, una verdadera tierra que mana leche y miel con fibras ópticas que transportan millones y millones de gigas por segundo y un subsidio de paro, hay que decir entonces que nunca jamás de los jamases ha habido algo como lo que hay ahora. Y la globalización hace a todo este proceso aún más dinámico.

Seguir insistiendo que el capitalismo no ha permitido que el comunismo se aplique realmente es decir una solemne gilipollez. ¿Que no se ha aplicado? ¿Tiene esta gente en mente todos los territorios más importantes en ser incorporados por el movimiento comunista marxista-leninista, como primero fueron las repúblicas que serían asimiladas al nuevo Estado de la Unión Soviética, que comprendía Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Estonia, Letonia, Lituania, Moldavia, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, a los que se agregaron los países alineados o satélites de la URSS en Europa del Este, América Latina y Asia, cuyos estados serían gobernados por partidos únicos propios basados en el socialismo soviético: Mongolia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Albania, Alemania Oriental, Rumanía, Cuba, Vietnam del Norte (luego Vietnam), Corea del Norte, Yemen del Sur, Camboya, China, Laos, Yemen, Etiopía, Angola, Somalía, Congo-Brazzaville, Mozambique, Guinea-Bisáu, Benín, Argelia, Birmania, Nicaragua, Granada y Afganistán entre otros?

Para hacerlo más plástico: ¿tiene esta gente en mente que casi la puñetera mitad del planeta Tierra ha sido comunista?

communist_countries_1979-1983

Hay por tanto una extraña paradoja en el triunfo del capitalismo en nuestra actual sociedad. Al contrario que los falangistas en España, venció pero no convenció.

Esta entrada fue publicada en Blog y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.